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A Fondo: Rincón de Ética y Deontología. Problemas deontológicos del diagnóstico

27/05/2015 | COMUNICACIÓN


No puedo mostrarte de una vez -ha de ser por partes-

cuál es la flaqueza de un espíritu que duda entre estas

dos cosas: ni se inclina hacia lo recto con decisión,   ni    

tampoco hacia lo malo. Diré lo que me sucede. Tu hallarás

para la enfermedad un nombre.                           .                          

 

SENECA

Invitación a la serenidad

 

 

Toda actividad humana y todo conocimiento están comprometidos con valores y no podemos declararnos neutrales ante ellos.

Es obvio que la actividad del psicólogo no escapa a esta regla general y, en la práctica, la Deontología ha ido ocupando una posición cada vez más consistente en el campo de la actividad psicológica profesional. La mayoría de las situaciones que plantean exigencias éticas se repiten con regularidad en la práctica psicológica; en consecuencia, es razonable aceptar que son susceptibles de consideraciones, valoraciones y aproximaciones sistemáticas. Esto supone de manera imprescindible una descripción que aporte la mayor claridad posible para que, ponderando en toda su dimensión la naturaleza y complejidad de la situación, dé lugar a que los juicios éticos sean objetivos y razonados.

Entre las actividades que realiza el psicólogo, una de las más complejas y controvertidas es la del diagnóstico. El diagnóstico siempre tiene una finalidad y el psicólogo, antes de formularlo, debe tener claro cuál es esa finalidad. En términos deontológicos, conviene recordar que en el artículo 5º del código vigente se expresa que «El ejercicio de la Psicología se ordena a una finalidad humana y social, que puede expresarse en objetivos tales como: el bienestar, la salud, la calidad de vida, la plenitud del desarrollo de las personas y de los grupos, en los distintos ámbitos de la vida individual y social».

¿Para qué se hace un diagnóstico? Su formulación es el apoyo y punto de partida del tratamiento psicológico –un instrumento para un fin- pero no es solamente eso. Laín Entralgo (1) identifica cuatro posibles finalidades en el diagnóstico clínico:

 

            a) saber (motivo científico)

            b) ayudar (motivo humanitario)

            c) lucrarse o vender un producto (motivo económico)

            d) el orden social (motivo legal o administrativo)

No debemos desdeñar tampoco la tendencia social a vulgarizar el diagnóstico psicológico o a convertirlo en un medio para algún fin espurio, otorgando a la Psicología una función que no le corresponde.

El problema ético fundamental del diagnóstico psicológico radica en que es un acto que posee consecuencias y es susceptible de causar tanto daño como beneficio a la persona diagnosticada; no es neutro o inocuo para esta. A ello hay que añadir que, una vez publicado, adquiere un carácter estable y deja de estar bajo el control del profesional que lo realiza. Se asocia a la persona y es utilizado en contextos diferentes a aquel para el que fue formulado, como una propiedad o estigma asociado a esa persona. Al respecto y al de lo que sigue, el artículo 6º del Código Deontológico establece que «La profesión del psicólogo se rige por principios comunes a toda deontología profesional: respeto a la persona, protección de los derechos humanos, sentido de la responsabilidad, honestidad, sinceridad con los clientes, prudencia en la aplicación de instrumentos y técnicas, competencia profesional, solidez de la fundamentación objetiva y científica de sus intervenciones profesionales.».

Otro problema ético del diagnóstico deriva de la mala aplicación de las categorías taxonómicas de los trastornos y alteraciones sobre las que se apoya. Esto supone que las personas acerca de las cuales se produce este hecho padecerán los efectos perjudiciales que conlleva todo diagnóstico mal formulado. El error puede tener un carácter intencionado, cuando el profesional tiene conciencia de que es inadecuado para alcanzar un fin beneficioso para el sujeto pero, aun así, se somete a otros objetivos o cede a presiones familiares, sociales, presuntamente científicas o incluso políticas. Hasta podría darse el caso de que fuese el propio sujeto diagnosticado el que incitase al profesional a enunciar un diagnóstico erróneo, con el fin de obtener un beneficio o evitar un efecto desfavorable, como podría ser en el caso de una imputación en un juicio penal. Además del daño que esto pueda conllevar para la persona, se produce también un daño a la integridad de la profesión. Entendemos que aquí es pertinente subrayar el contenido del artículo 29º del código: «El psicólogo no se prestará a situaciones confusas en las que su papel y función sean equívocos o ambiguos».

En otras ocasiones, la causa del error en el diagnóstico es de carácter más sutil e insidioso. Inicialmente no se le podría atribuir una intencionalidad. Tiene lugar en un contexto en el que el profesional posee tanto el conocimiento y la formación exigible como el conocimiento necesario acerca del sujeto sobre el cual actúa, pero no pondera determinados factores extrínsecos a este ni al proceso técnico que aplica. Caer en este tipo de error es muy fácil, como consecuencia por ejemplo de la aceptación en el terreno de la evaluación de las características y el estado psíquico de alguien, de instrumentos de escasa fiabilidad, del uso de criterios subjetivos que incluso aparecen consagrados por su presencia en clasificaciones internacionales, o la adscripción acrítica a una determinada corriente teórica o a un sistema nosológico. El problema ético estribaría en el grado en que el profesional deje de tener en consideración tales sesgos e incluso intente sacar un beneficio de estas y otras debilidades del proceso diagnóstico.

La actividad del psicólogo tiene un fuerte carácter social y se desarrolla en un contexto social, lo cual impregna también el proceso diagnóstico. Por lo tanto, muchas de las valoraciones que se hacen, por caso, de un comportamiento, están en relación con una norma social. En consecuencia, el profesional habría de tener plena conciencia de cuáles serían los límites de índole social y qué transgresiones de las normas al uso no tienen como origen un trastorno psicológico sino otras causas, que pueden ser múltiples. Es exigible la misma conciencia acerca de cuáles deben ser las garantías imprescindibles para llevar adelante el proceso de evaluación que culmina con un diagnóstico. El propósito es que no se ceda al poder de convicción de los síntomas llamativos, rechazados o poco aceptados socialmente, o simplemente a los síntomas patognomónicos, sin comprobar rigurosamente el conjunto de criterios que exige el diagnóstico, el grado de generalización en el tiempo y en las distintas situaciones o escenarios en los que se desarrolla la vida de una persona y el grado de disfuncionalidad o desajuste que representan sus alteraciones. Todo ello ha de estar debidamente contrastado mediante la utilización de distintos modos de recoger información y mediante distintas fuentes,

En otras ocasiones el diagnóstico erróneo, que no tiene un carácter específicamente intencional, se produce cuando a través de este se establece un uso dirigido a resolver o evitar problemas que forman parte de la complejidad del devenir humano. El diagnóstico puede ofrecer la tranquilidad de lo aparentemente conocido, cierto y preciso. Aporta explicaciones, puede mitigar culpas o justificar actos censurables. En consecuencia, con cierta frecuencia se cae en la tentación de formularlo incluso cuando realmente no existe un trastorno o este solo está presente de forma marginal en el comportamiento, rendimiento o expresión de un individuo. Hay terrenos en que esta tentación es especialmente evidente, y la aplicación de la ley es uno de ellos, lo cual explica que en un juicio en el que las partes presentan sus peritos, estos emitan opiniones contrapuestas acerca del mismo hecho o comportamiento.

El diagnóstico también suele tener un efecto tranquilizador por su potencialidad para desplazar la responsabilidad de la actuación personal al ámbito de lo clínico.

Otra faceta indeseable sería su efecto estigmatizador, excluyente e, incluso podríamos decir, deshumanizado. Su aplicación formal puede dar lugar a que una persona sea definida exclusivamente a través de este y, si esta definición es muy inconveniente desde un punto de vista social, dé lugar a que se le separe parcial o totalmente de la sociedad. En no pocas situaciones el diagnóstico ha sido utilizado por su capacidad de conducir al descrédito y al castigo, convirtiéndolo así en un arma. A veces se ha convertido en un mero reflejo de tendencias sociales. En este sentido habla el artículo 12 del código, cuando dice que «Especialmente en sus informes escritos, el psicólogo será sumamente cauto, prudente y crítico, frente a nociones que fácilmente degeneran en etiquetas devaluadoras y discriminatorias, del género normal/anormal, adaptado/inadaptado o inteligente/deficiente.».

Conviene señalar que existen diferencias entre un diagnóstico erróneo y una equivocación en el diagnóstico. Esta última suele ser la consecuencia de una falta de información adecuada acerca de un sujeto, de su trastorno o de la característica a evaluar, de un déficit de formación técnica o incluso de escasa experiencia profesional. En cambio, aquel se produce cuando no se dan ninguna de estas carencias pero no se consideran los factores extrínsecos a los que nos hemos referido anteriormente, sin ser conscientes o siendo plenamente conscientes de ello.

En otros términos: el diagnóstico debe ajustarse no solo al criterio de veracidad o exactitud, sino, especialmente, al de prudencia, virtud intelectual que permite tomar decisiones racionales o, al menos, razonables en condiciones de incertidumbre. Dado que el diagnóstico psicológico es una decisión con un grado de incertidumbre, resultado de un proceso de deliberación y ponderación, no se le puede exigir que sea cierto, pero sí que aspire a ser razonable.

El psicólogo ha de tener pleno conocimiento del poder del diagnóstico, de la diversidad de territorios en los que actúa e influye y, a la vez, de sus limitaciones y debilidades. Es un instrumento muy tentador y puede no ser fácil que se dé plena conciencia de que tal tentación existe. Todos estos son elementos que el profesional debe considerar antes de adjudicar un diagnóstico, porque, con su firma, puede estar avalando usos inadecuados de este.

(1) LAIN ENTRALGO, P. (1982). El diagnóstico médico. Historia y teoría. Barcelona: Salvat.

 

Máximo Aláez (M-00520)

Mª Oliva Márquez (M-02550)

Carlos Mas (M-13003)

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